Dulce Introducción al Caos
Diarios de Fin del Mundo
En un principio las tinieblas eran Todo: caos, desorden y vacío; entonces se hizo la luz… Y las tinieblas ni se inmutaron.
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En un principio las tinieblas eran Todo: caos, desorden y vacío; entonces se hizo la luz… Y las tinieblas ni se inmutaron.
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Se anudan a mi cuello,
se afilan en mi lengua,
se clavan en mi boca,
y ahogan mi aliento.
Rasgan la piel
y se derrama el pecho,
tiñen el asfalto,
trazando el camino
por donde desfilan,
penitentes marchan, festivas,
fúnebres, danzan, gritan y callan.
Todas…
Profanas y sagradas,
inocentes y maliciosas,
nuevas y olvidadas.
El primer lamento,
la palabra, las letras,
el verso y los días.
El momento y los amigos,
los tragos y la fiesta.
Tu mano en mi mano,
tu cuerpo sobre el mío.
Ludus, Storgé, Eros.
Los recuerdos endulzados
y las amargas memorias,
el mañana postergado,
los universos improbables,
el futuro inalcanzable
y las promesas incumplidas.
Ágape, Manía, Pragma.
Cubren calle y acera,
trepan por los muros,
devoran la ciudad
y suena al compás la música
fúnebre, tambores de guerra,
batucada, sones, jaranas…
Todo suena, estalla,
todas cantan, de memoria,
improvisando, a pie de letra.
Silencio, susurro.
La mano al pecho
contiene la herida,
respira el abismo,
un suspiro desborda el alma,
la oscuridad regresa
y satura los poros.
No hay llanto, no hay palabras.
Solo silencio, calles mudas,
el vació que aplasta,
el anhelo latente…
Quisiera ser río,
y enterrar el corazón bajo sal,
bañar tu cuerpo
a la orilla del mar
con todas, todas estas mentiras
contenidas en una y mil vidas.
(100) Todas las mentiras Leer más »
Sera la noche que habita en mi, pero escucho el incesante graznar de los cuervos; puedo verlos posados sobre el árbol frente a mi ventana. Al andar sus sombras cubren mis pasos, su vuelo vigila mi caminar; observan cada uno de mis movimientos.
– ¡Silencio! – Grito con furia, pero los cuervos no cesan; continúan con su horrible ruido y solo consigo asustar a las personas que me rodean, que invariablemente huyen de mí. Aun soy incapaz de comprender porque solo yo soy consiente de aquellas aves.
Sus plumas cubren el firmamento, pueblan el día; son tantos como para ocultar el sol y hundir la tierra en tinieblas. Aun así, solo yo puedo verlos o escucharlos.
¡Malditos cuervos! Quisiera tomar una escopeta para tumbarlos del cielo, de los arboles; de los edificios. Dispararles a todos, desplumarlos y que no vuelvan a elevarse. Quisiera…
Y cuando lo pienso, los cuervos parecen leerlo en mi mente; se inquietan y emprende el vuelo. Entonces puedo sentirlos arremolinándose furiosos sobre mí, desgarrándome el alma; arrancando mi carne y clavando sus picos en mis ojos. Puedo sentir sus aleteos en mi corazón… – ¡Basta! – Suplico, pero los cuervos no cesan.
La tormenta se desata, inicia el huracán; las ratas son las primeras en escapar. Suena la alarma, es el rápido palpitar de mi corazón; anunciando el desastre. El viento agita mi alma, estremeciendo el mundo; enredando nubes y recuerdos que llenan de penumbra mi interior. La lluvia arremete con fuerza, desbordando las pupilas e inundando mi voz.
En medio de la nada me aferro a mi embarcación, esperando resistir la violencia de las olas. La hipotermia se hace presente, es el tiempo sumergido. Mi pensamiento se enturbia, es la niebla y la noche; es el frio y el miedo. La tormenta no cesa, tiemblo.
Avanza la tempestad consumiendo mis fuerzas, por un instante los relámpagos me arranca del letargo. Lentamente anestesiado por el cansancio, y sin señales de tregua; dormito.
Despierto, descubierto por los rayos del sol. Las aguas en calma, mi barco a flote y mi alma serena. Observo el horizonte, buscando alrededor y lo descubro… Una mentira, una ilusión; el ojo del huracán.