agosto 2015

Ventinueve

Otro más, y comienza a cobrar sentido, sería una buena oportunidad para alguna crisis o al menos lo seria si ese no fuera un estado permanente.

Otro más…

 

Infierno

“My body is a cage that keeps me from dancing…”, suena la música en el interior del vehículo mientras el motor está en marcha, él se acomoda en el asiento del copiloto reclinándolo, da un largo trago a la botella de whiskey mientras escucha aquella canción. Y justo como sucede en esos momentos de soledad y alcohol,  la nostalgia se hace presente comenzado el desfile de recuerdos, aquellos que la memoria evoca para martillar el corazón y de entre ellos las risas,  las voces y los murmullos se desatan. Cierra los ojos e imagina la muerte… el silencio.

Sólo el sonido del automóvil rompe la tranquilidad de aquella calle, la música es contenida por los cristales empañados y cubiertos de la escarcha nocturna. Comienza a sentirse mareado, quizás el alcohol acumulándose en su interior o quizás el humo que lo inunda, de a poco se sume en la oscuridad.

Es imposible medir el trascurso del tiempo en los sueños, pero siente haber dormido demasiado, como nunca antes. Entonces la luz comienza a colarse en sus pupilas, trata de seguir soñando pero le resulta inútil. Abre los ojos y la luz se torna tan intensa como mirar al sol de mediodía, instintivamente aprieta sus párpados mientras gira la cabeza llevando sus manos a la cara, pero de nada sirve pues la luz lo cubre todo, colándose por su piel, carne y huesos. Confundido intenta incorporarse, entonces se percata… Recuerda haber estado solo en aquel automóvil, recuerda embriagarse de alcohol y monóxido, dormir, pero ahora es incapaz de precisar dónde se encuentra y el hecho de estar de pie o acostado, la posición de sus manos o piernas, de sentir cualquier parte de sus cuerpo o cara. ¡No! No es una levedad, es una completa ausencia, una ausencia corpórea indescriptible, sólo hay una vaga sensación similar a una parestesia extendida y el intenso malestar por aquella luz. “¿Es esto la muerte?”, se pregunta por un instante mientras nota el completo y total silencio, un silencio que «en vida» jamás había experimentado.

Aquella noción de certeza es interrumpida por un leve murmullo, el miedo comienza a hacer presa de él, pero entonces una de esas voces le resulta familiar y tranquilizadora, tornándose clara.

─Esperaremos, no vamos a desconectarlo sin importar cuánto tiempo tome ¡él despertará!

“¿Desconectarme? ¿despertar?“, piensa. Le toma un instante descifrarlo, aquel limbo de luz no es la muerte o un sueño, está atrapado en el espacio infinito de su mente y siente miedo, justo lo que esperábamos… Entonces en aquella inmensidad a una sola voz exclamamos: ─ ¡Sí! ¡Seguimos aquí!─ y reímos.  Él grita con todas sus fuerzas presa del terror pero no hay quien escuche, en este espacio de luz sólo nuestras voces y carcajadas resuenan.

En aquella cama de hospital conectado a cables, tubos y venas de plástico, el tiempo transcurre con calma. Él parece dormir y tener el más placido de los sueños, del que quizás… pronto despertará.

Discordantes

La ciudad se levanta hacia el cielo envuelta en un manto tejido de hilos negros y grises, las densas nubes de humo se funden con el firmamento tornando la luz de un rojo enfermo mientras cae la tarde.

Los edificios teñidos de negro por el pincel del smog y el paso de los años cubren el horizonte iluminándolo con su luz artificial, el asfalto se apropia del suelo disputando el dominio de la tierra de la que surgen las grietas que reclaman lo que les pertenece, estanques de agua fétida adornan aquel paisaje como memoria de un río olvidado. Entre las nubes y el asfalto se trenzan las telarañas de cobre de complejos diseños mezcladas con banderines, adornos y tenis.

Sobre las calles corren enormes cajas de metal, veloces y nerviosas, ruidosas en cada esquina y en cada pausa en su caminar, cargan en su interior con unas cuantas personas ansiosas por llegar a su destino.

Al costado de las calles se erigen plataformas de cemento de distintos niveles, en aquellas aceras descuidadas tapizadas a tramos por tierra, lodo y basura caminan con celeridad las multitudes, indiferentes y egoístas. Empujan con fuerza, con rabia y desesperación para continuar su camino.

A la agonía del día, luces de neón, faros y estrobos cobran vida saturando el entorno ya cubierto de anuncios. Las jaurías de perros salvajes se disputan el dominio de la esquinas, luchan por el control de los deshechos que resguardan un poco de comida, mientras se cuidan de la ira de la muchedumbre. Los gatos corren por los callejones, trepando cada balcón, vigilando con cautela en busca de los roedores que corren resguardados por la noche.

La ciudad es un aquelarre de sonidos, luces, olores y cuerpos, que impactan la percepción, convirtiendo a sus habitantes en bestias insensibles, crueles y despiadadas, que de una en una se deprenden de la multitud, hacinándose entre bloques de concreto y metal, encerrándose tras rejas y candados.

Y sobre todo eso, ellos caminan marcando su paso, ajenos al mundo que los rodea, ausentes de aquella realidad, soltándose palabras al oído, tomados de las manos, besando sus labios, enamorados… perdidos en su paraíso.