Ventinueve
Otro más, y comienza a cobrar sentido, sería una buena oportunidad para alguna crisis o al menos lo seria si ese no fuera un estado permanente.
Otro más…
Otro más, y comienza a cobrar sentido, sería una buena oportunidad para alguna crisis o al menos lo seria si ese no fuera un estado permanente.
Otro más…
“My body is a cage that keeps me from dancing…”, suena la música en el interior del vehículo mientras el motor está en marcha, él se acomoda en el asiento del copiloto reclinándolo, da un largo trago a la botella de whiskey mientras escucha aquella canción. Y justo como sucede en esos momentos de soledad y alcohol, la nostalgia se hace presente comenzado el desfile de recuerdos, aquellos que la memoria evoca para martillar el corazón y de entre ellos las risas, las voces y los murmullos se desatan. Cierra los ojos e imagina la muerte… el silencio.
Sólo el sonido del automóvil rompe la tranquilidad de aquella calle, la música es contenida por los cristales empañados y cubiertos de la escarcha nocturna. Comienza a sentirse mareado, quizás el alcohol acumulándose en su interior o quizás el humo que lo inunda, de a poco se sume en la oscuridad.
Es imposible medir el trascurso del tiempo en los sueños, pero siente haber dormido demasiado, como nunca antes. Entonces la luz comienza a colarse en sus pupilas, trata de seguir soñando pero le resulta inútil. Abre los ojos y la luz se torna tan intensa como mirar al sol de mediodía, instintivamente aprieta sus párpados mientras gira la cabeza llevando sus manos a la cara, pero de nada sirve pues la luz lo cubre todo, colándose por su piel, carne y huesos. Confundido intenta incorporarse, entonces se percata… Recuerda haber estado solo en aquel automóvil, recuerda embriagarse de alcohol y monóxido, dormir, pero ahora es incapaz de precisar dónde se encuentra y el hecho de estar de pie o acostado, la posición de sus manos o piernas, de sentir cualquier parte de sus cuerpo o cara. ¡No! No es una levedad, es una completa ausencia, una ausencia corpórea indescriptible, sólo hay una vaga sensación similar a una parestesia extendida y el intenso malestar por aquella luz. “¿Es esto la muerte?”, se pregunta por un instante mientras nota el completo y total silencio, un silencio que «en vida» jamás había experimentado.
Aquella noción de certeza es interrumpida por un leve murmullo, el miedo comienza a hacer presa de él, pero entonces una de esas voces le resulta familiar y tranquilizadora, tornándose clara.
─Esperaremos, no vamos a desconectarlo sin importar cuánto tiempo tome ¡él despertará!
“¿Desconectarme? ¿despertar?“, piensa. Le toma un instante descifrarlo, aquel limbo de luz no es la muerte o un sueño, está atrapado en el espacio infinito de su mente y siente miedo, justo lo que esperábamos… Entonces en aquella inmensidad a una sola voz exclamamos: ─ ¡Sí! ¡Seguimos aquí!─ y reímos. Él grita con todas sus fuerzas presa del terror pero no hay quien escuche, en este espacio de luz sólo nuestras voces y carcajadas resuenan.
En aquella cama de hospital conectado a cables, tubos y venas de plástico, el tiempo transcurre con calma. Él parece dormir y tener el más placido de los sueños, del que quizás… pronto despertará.
La ciudad se levanta hacia el cielo envuelta en un manto tejido de hilos negros y grises, las densas nubes de humo se funden con el firmamento tornando la luz de un rojo enfermo mientras cae la tarde.
Los edificios teñidos de negro por el pincel del smog y el paso de los años cubren el horizonte iluminándolo con su luz artificial, el asfalto se apropia del suelo disputando el dominio de la tierra de la que surgen las grietas que reclaman lo que les pertenece, estanques de agua fétida adornan aquel paisaje como memoria de un río olvidado. Entre las nubes y el asfalto se trenzan las telarañas de cobre de complejos diseños mezcladas con banderines, adornos y tenis.
Sobre las calles corren enormes cajas de metal, veloces y nerviosas, ruidosas en cada esquina y en cada pausa en su caminar, cargan en su interior con unas cuantas personas ansiosas por llegar a su destino.
Al costado de las calles se erigen plataformas de cemento de distintos niveles, en aquellas aceras descuidadas tapizadas a tramos por tierra, lodo y basura caminan con celeridad las multitudes, indiferentes y egoístas. Empujan con fuerza, con rabia y desesperación para continuar su camino.
A la agonía del día, luces de neón, faros y estrobos cobran vida saturando el entorno ya cubierto de anuncios. Las jaurías de perros salvajes se disputan el dominio de la esquinas, luchan por el control de los deshechos que resguardan un poco de comida, mientras se cuidan de la ira de la muchedumbre. Los gatos corren por los callejones, trepando cada balcón, vigilando con cautela en busca de los roedores que corren resguardados por la noche.
La ciudad es un aquelarre de sonidos, luces, olores y cuerpos, que impactan la percepción, convirtiendo a sus habitantes en bestias insensibles, crueles y despiadadas, que de una en una se deprenden de la multitud, hacinándose entre bloques de concreto y metal, encerrándose tras rejas y candados.
Y sobre todo eso, ellos caminan marcando su paso, ajenos al mundo que los rodea, ausentes de aquella realidad, soltándose palabras al oído, tomados de las manos, besando sus labios, enamorados… perdidos en su paraíso.
*Hoy, hace seis años.
Me tomo tiempo,
mucho tiempo
poco tiempo
solo tiempo.
No fue tan malo
como esperaba.
Hasta creo que algo gane,
por ahora no se que es;
pero lo gane.
No estoy contento,
solo tranquilo.
No me importa mas
y eso es bueno.
En medio de la noche el cuarto era iluminado por la televisión, aquel espacio de cuatro por tres metros tomaba distintas tonalidades cambiando con cada escena, ese espectáculo cautivaba mi mirada. ¡No! No era la programación lo que me mantenía absorto con la vista clavada en aquella pared cubierta casi en su totalidad por ese aparato, ¿qué interés podría causar en mí un infomercial contemplado hasta la saciedad?
Justo era lo simple lo que me mantenía ocupado. Sólo observaba la forma en que los colores aparecían de pronto frente a mí cambiando de manera vertiginosa, imposibilitado para captar las pequeñas alteraciones producto de cada componente de aquella pantalla.
Durante 18 meses una parte de mi trabajo sería solo para pagar aquel aparato pegado a la pared de una minúscula habitación apenas compartida por una cama, pero ¿qué más da unos meses de deuda? Bastante tengo ya con trabajar para mantener una familia que no me pertenece más, que justo perdí por falta de tiempo.
Curioso… porque desde entonces cada día me resulta con un exceso de horas y sobre todo cargado con demasiados minutos al anochecer. Trato de no pensar, aunque no existe forma simple para evitarlo, una vida desmoronándose en segundos sin ser consciente de ello. “Aún puedes rehacer tu vida”, me recitan familia y amigos como mantra de sanación. ¡Carajo! Pero ¿y qué, si no quiero otra vida? Si quiero aquella por la que pagué y pago cada día, ¡¿qué si no quiero una nueva televisión?! Sino aquella que dejé en la misma casa donde alguna vez se encontraba mi familia. ¿Qué jodidos haces cuando nada de eso es posible?
─ ¡Comienza ahora mismo una nueva vida!─ exclama la presentadora, al comenzar una vez más el mismo infomercial, interrumpiendo mis pensamientos.
¡Ojalá fuera tan simple como eso!, tal como comprar cualquier producto milagro anunciado durante la madrugada o adquirir a crédito una televisión, pero eso no posee sentido puesto que la existencia es una cruel usurera y resulta que un día tu vida deja de ser tuya sin importar cuanto hayas trabajado por ella. Justo en eso trato de no pensar, mientras observo aquella televisión iluminando la noche.
¿Qué hace esa india Huichola que ésta por parir? Ella recuerda. Recuerda intensamente la noche de amor de donde viene el niño que va a nacer. Piensa en eso con toda la fuerza de su memoria y su alegría. Así el cuerpo se abre, feliz de la felicidad que tuvo, y entonces nace el buen huichol, que será digno de aquel goce que lo hizo.
Un buen huichol cuida su alma, su alumbrosa fuerza de vida, pero bien sabe que el alma es más pequeña que una hormiga y más sueva que un susurro, una cosa de nada, un airecito, y en cualquier descuido se puede perder.
Un muchacho tropieza y rueda sierra abajo y el alma se desprende y cae en la rodada, atada como estaba nomás que por hilo de seda de araña. Entonces el joven huichol se aturde, se enferma. Balbuceando llama al guardián de los cantos sagrados, el sacerdote hechicero.
¿Qué busca ese viejo indio escarbando la sierra? Recorre el rastro por donde el enfermo anduvo. Sube, muy en silencio, por entre las rocas filosas, explorando los ramajes, hoja por hoja, y bajo las piedritas.¿Dónde se cayó la vida? ¿Dónde quedó asustada? Marcha lento y con los oídos muy abiertos, porque las almas perdidas lloran y a veces silban como la brisa.
Cuando encuentra el alma errante, el sacerdote hechicero la levanta en la punta de una pluma, la envuelve en un minúsculo copo de algodón y dentro de una cañita hueca la lleva de vuelta a su dueño, que no morirá
(Memoria del Fuego II : Las caras y las máscaras)
Amigo, amigo mío,
estoy muy enfermo.
No sé de dónde me viene el dolor.
O es el viento que silba
sobre el campo desierto y sin nadie
o como al bosque en septiembre
inunda los sesos el alcohol.Mi cabeza agita las orejas,
como el pájaro sus alas.
La cabeza ya no puede
cimbrearse en el cuello del pie.
Un hombre negro,
negro, negro,
un hombre negro
se sienta en mi cama;
un hombre negro
no me deja dormir.El hombre negro
pasa el dedo por un libro horrible,
ganguea sobre mí
como sobre el muerto un monje:
me lee la vida
de un bribón y un perdido
y me llena el alma de angustia y pavor.
El hombre negro,
negro, negro.«Escucha, escucha
—me susurra—,
el libro trata de asombrosas
ideas y planes.
Ese hombre
vivía en el país
de los más asquerosos
matones y charlatanes.
…
Mi perro llego a este casa de la misma manera que algunos otros antes: de origen incierto o raza especifica, mestizo hasta las orejas y abandonado. No fue el primero en llegar, desde hace tiempo vivía aquí otro, y tampoco el ultimo por aquellos que han estado de paso en espera de un hogar definitivo.
A cada perro se le quiere siempre, pero sucede que algunas veces es inevitable sentir cierta preferencia o al menos con él me resulto inevitable, era mi favorito. No es difícil describir la razón: su tamaño, su pelos alborotados pero sobretodo su carácter. Tan dócil y paciente, lo suficiente como para convertirse en el guardián de aquellos cachorros que llegaron en busca de un hogar e incluso el compañero de juegos de un gato pequeño, era capaz de soportar mordisco y arañazos sin molestarse.
Tenia una manera de entender las cosas que aun hoy al recordarlo me resulta sorprendente, no era solo obediencia, había en el inteligencia y muchas veces empatía. Como aquellos días cuando el mundo me resultaba insoportable, cuando me tendía fastidiado en el suelo, entonces el corría a mi lado para lamerme la cara y se tiraba junto a mi. ¿Podría entenderme o solo hacia lo que esperaba? Elijo creer lo primero, porque invariablemente cuando lo necesitaba el estaba cerca de mi. Me habría gustado entenderlo de la misma manera, pero hay tantas cosas que aun resultan un misterio, su gusto por cubrirse de lodo con agua estancada, preferir un hoyo de tierra a su cama para descansar o quedarse bajo la lluvia para jugar en los charco a refugiarse en su casa. Aun puedo verlo frente a mi puerta empujándola con su nariz intentando entrar, dando un pequeño baile pidiendo comida, corriendo hacia la puerta para recibirme y al escuchar su nombre saltar en busca de una caricia.
Entiendo que el mundo no es justo puesto que se rige por leyes del universo que poco sabe de eso, entiendo que las cosas suceden; cada día salir a pasear, algo que tanto disfrutaba, recorrer el campo y entiendo que incluso en un caso distinto una mordida de serpiente es invariablemente una sentencia. Lo entiendo… pero como muchas cosas no lo hace mas fácil y aun me duele recordar sus últimos momentos, apagándose de a poco, recostado en aquella cama que siempre rechazo. Aquellas inyecciones, su herida, el suero y soportar todo sin inmutarse, sin quejarse en ningún momento. Alegrarse un poco al encontrar un cachorro en el veterinario, mover su cola al escuchar su nombre y lamer mi mano al acariciarlo, incluso al final fue mas fuerte de lo que podría ser yo.
Mi perro llego a esta casa hace tiempo, hace ocho años, poco tiempo y aun así me cuesta recordarlo de cachorro, mas allá de su pequeño tamaño justo para caber dentro de mis manos, con su pelo negro y alborotado. Curioso… Hay momentos de la vida que pasan desapercibidos y solo el tiempo les asigna la justa importancia, eso sucedía en ese momento que llego aquel peludo a casa, solo ahora lo entiendo. Y si, se que hablo de un perro y llegara alguien a decir: “¡es solo un perro!«, pero sucede que en este mundo en ocasiones es mas sencillo encontrar nobleza y cariño en un animal que en otra persona, porque en toda su vida un perro poco es lo que pide y en cambio tanto lo que entrega; por eso hablo así de un perro. Puede ser una estupidez de mi parte producto de una creciente misantropía, pero solo aquellos que han compartido su vida junto a un perro pueden ser capaces de comprender lo que dejan cuando se van.
Mi perro se fue dejando en esta casa un gran vacío, una ausencia infinitamente mayor que su tamaño, lo echare de menos porque sé que no vendrá a reconfortarme ¡y vaya que me hace falta!
No creo en el optimismo pasajero y la euforia temporal de fechas arbitrarias o de épocas especiales, en celebrar un giro al sol, pero a pesar de ello creo en el cambio como algo esencial. El cambio como urgencia para crecer, para ser mejor o peor (y eso en ocasiones también es crecer), para mantener el universo en movimiento.
Hace tiempo pensaba en cambiar, no impulsado por el optimismo pero quizás si por una esperanza necia como parte de una necesidad constante, comenzar una vez mas. Volver a escribir, aunque tenga que recurrir a trivialidades como en aquellas época antes de la redes sociales, ¿que importa si los blogs no están de moda? Por ello decidí terminar un blog (www.luisbe.in), cambiar y usar mi nombre. ¡Y eso es un cambio! Comencé escribir hace algún tiempo siempre usando un nombre distinto, cada uno por un motivo incluso ahora no he abandonado alguno de ellos, sin embargo hay algo que me impulsa a firmar estas letras… Aun no estoy seguro de que y quizás sea solo parte del cambio asumir que cada palabra es mía o quizás solo sea una cuestión de ego.
Habrá que esperar para saber que resulta de este cambio porque también entiendo que no siempre es lo que deseamos y en ocasiones se obtienen los mismos resultados, ayer no es distinto de hoy sin importar lo que diga el calendario y puede ser que este blog tenga el mismo destino que el anterior. Puede parecer pesimista pero suele suceder que algunas cosas sencillamente nunca cambian.