libertad

Los Abajo-Aplastados

Hace tiempo escribí este texto sobre México, la violencia; la realidad que nos ha desgarrado como país. El adjetivo abajo-aplastados lo tome de los artículos de Luis González de Alba.

El león esta suelto, corre por las calles. Los abajo-aplastados viven temerosos, llenos de incertidumbre; viven “con el Jesús en la boca”.

El estado de armas prevalece, se hace presente a cada instante; en cada conversación. Todos lo saben, pero intentan ignorarlo; es un secreto a voces con muchos eufemismos. Porque de alguna forma se debe mantener la rutina, de alguna forma se debe simular una vida tranquila.

Los abajo-aplastados deben luchar día a día para ganarse el pan, deben ser buenos ciudadanos; cumplir con la ley y sus responsabilidades; mucho mejor si están bien informados consumiendo lo que los medios producen. Deben hacer lo correcto, lo necesario.

Seguir siempre adelante con la esperanza puesta en un mejor mañana, esa esperanza que los mantiene; que los caracteriza… Que los consuela. Todo sea por un mejor futuro.

Los abajo-aplastados olvidan quien sostiene la nación en pie, lo olvidan por que callan; porque esperan ese mejor mañana con paciencia e impávidos. Lo olvidan porque se acostumbraron al miedo, a la incertidumbre. Lo olvidan porque “poco es mejor que nada”, porque “se podría estar peor”. Porque “nada se puede hacer”, porque no pueden confiar en la autoridades y sobretodo porque las balas tienen nombre.

Así viven los abajo-aplastados aferrados a la esperanza, silenciosos y sin memoria.

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Sentir

Tengo la constante impresión que el mundo condena los sentimientos, sentir es un signo de debilidad y la debilidad es intolerable. Las emociones forman parte de nuestra naturaleza, y a pesar de ello demostrar su existencia es causa de admiración.

 

Hay sentimientos que son más condenables que otros, que solo deben existir tras cerrar la puerta. Sentimientos que son exclusivos de las mujeres, porque el hombre debe ser fuerte. Algunos que deben ser desterrados al crecer, porque un adulto no debe permitírselos.

Es así porque nuestro entorno (sociedad, religión; cultura, familia; educación, etc.) dicta que sentimientos y en qué medida son correctos. Vivir dentro de esos parámetros es nuestra obligación.

Alguna vez caminé con un ramo de rosas por la ciudad, mientras la gente me observaba. Alguna vez lloré ante una audiencia de extraños. Demostré inocencia o ingenuidad, compasión; temor, tristeza… Debilidad. Y el mundo lo desaprobó.

Puede ser que tenga una mala impresión, que el mundo no condena los sentimientos; que demostrarlos es permitido para todos y por igual. Pero de todas esas ocasiones en que estuve fuera de los parámetros puedo recordar las miradas y los susurros, la certeza de saberme ajeno; diferente. Quizás por ello, supongo que sentir es condenable; porque se castiga lo diferente.

El mundo condena los sentimientos, puede ser. Yo, tengo la fortaleza para demostrar mi debilidad; para sentir en total libertad.

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