Letras sin Sentido

Mis letras.

Corazón Funambulista

Corazón noble, 
funambulista ciego. 
Que cruza sobre el abismo
a paso lento y latido temeroso. 
Entre la ansiedad y el miedo, 
entre la nostalgia y el duelo. 

Corazón guerrero... 
¡Espartano valiente!
Que cruza sobre el abismo 
temerario y optimista. 
Entre la esperanza e ilusión, 
entre el amor y los sueños. 

Late, late, late... 
Sigue sobre el abismo, 
al filo de la cuerda. 
Sin dar tregua, 
sin un paso atrás, 
sin pestañear. 

Late, late, late... 
No desistas en tu andar, 
No dudes más. 
La cuerda es larga, 
mayor tu entereza. 

Corazón pequeño. 
Mi pequeño corazón:
¡Esto también pasará!

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Desorientado

He vuelto a perderme en esta ciudad que recorrí tantas veces prendado de tu mano, pero ante tu ausencia estas calles me resultan simplemente extrañas.

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(100) Todas las mentiras

Se anudan a mi cuello,
se afilan en mi lengua,
se clavan en mi boca,
y ahogan mi aliento.

Rasgan la piel
y se derrama el pecho,
tiñen el asfalto,
trazando el camino
por donde desfilan,
penitentes marchan, festivas,
fúnebres, danzan, gritan y callan.

Todas…
Profanas y sagradas,
inocentes y maliciosas,
nuevas y olvidadas.

El primer lamento,
la palabra, las letras,
el verso y los días.

El momento y los amigos,
los tragos y la fiesta.
Tu mano en mi mano,
tu cuerpo sobre el mío.
Ludus, Storgé, Eros.

Los recuerdos endulzados
y las amargas memorias,
el mañana postergado,
los universos improbables,
el futuro inalcanzable
y las promesas incumplidas.
Ágape, Manía, Pragma.

Cubren calle y acera,
trepan por los muros,
devoran la ciudad
y suena al compás la música
fúnebre, tambores de guerra,
batucada, sones, jaranas…
Todo suena, estalla,
todas cantan, de memoria,
improvisando, a pie de letra.

Silencio, susurro.

La mano al pecho
contiene la herida,
respira el abismo,
un suspiro desborda el alma,
la oscuridad regresa
y satura los poros.

No hay llanto, no hay palabras.
Solo silencio, calles mudas,
el vació que aplasta,
el anhelo latente

Quisiera ser río,
y enterrar el corazón bajo sal,
bañar tu cuerpo
a la orilla del mar
con todas, todas estas mentiras
contenidas en una y mil vidas.

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La persistencia del tiempo

¿No lo odias? ─pregunté mientras contemplaba el movimiento del café agitado por la cuchara en mi mano.

─ ¿Odiarlo? Para nada ─, respondió mientras llevaba su taza a la boca. ─Te concentras en sinsentidos─ añadió tras su primer sorbo.

─ ¿Sinsentido? ¡Vaya! ─ respondí, incrédulo e incapaz de comprender que todo aquello le pareciera simplemente una nimiedad. Cerré lo ojos mientras sostenía la taza cerca de mi nariz e inhalé, aun podía percibirlo incluso por encima del intenso aroma del café, aquella fragancia aun saturaba cada célula de mi olfato, intoxicándome, aferrándose cubriendo cada poro de piel. ─ ¿Sabes que podría identificarlo entre cualquier otra esencia? Sin alguna duda…

─ Estoy seguro de ello, cabrón ─ interrumpió sereno, apartando su taza vacía. ─ Pero justo te concentras, una y otra vez, en aquello que debiste dejar atrás hace mucho tiempo. ¿Cuánto ha pasado? ¿Ocho años? ¿Cinco? Y aquí sigues aferrado, perturbado por una fragancia inexistente, un recuerdo que solo está en tu memoria ─, no respondí.

Tenía razón, aquel aroma llegaba de improvisto revuelto en la brisa ajeno a aquella figura que evocaba, aquel cuerpo que una vez perteneció, perturbando mi equilibrio; preso de un espejismo sensorial. Después de todo, de tanto tiempo, de tanta distancia, ¿cómo podría estar ahí su aroma sin su piel? ¿para qué habría de volver?

Levante mi taza, di un largo trago, y nuevamente percibí el aroma de ese café, solitario. Invocando recuerdos de la infancia, de aquellas mañanas de beber café, pero “solo un poco” porque aquello no era para niños y sin duda habría de perturbar nuestro sueño. Termine de beber, colocando la taza vacía sobre la mesa, aquellas imágenes desplazaron la tempestad de mi memoria.

─ Necesito algo más que un café, ¿pedimos whiskey? ─ preguntó y asentí en silencio. ─Por cierto, te traje un regalo─, dijo mientras sonreía en forma burlona ─ seguro te va gustar. ─ Tomo aquel paquete que había colocado en la silla a su costado, acercándolo frente a mí.

─ ¿Un perfume? ─ dije.

 

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Inventario

Los regalos que nunca di:

Un disco, un libro, la playera de aquel concierto, tus chocolates favoritos, las palabras contenidas por el ego, las caricias a las que renuncié, un rosario de besos surgidos del deseo de contemplar tus labios y los poemas que me dictaba el brillo de tus ojos… otra historia que no ocurrió.

Todo sigue aquí.

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Infierno

“My body is a cage that keeps me from dancing…”, suena la música en el interior del vehículo mientras el motor está en marcha, él se acomoda en el asiento del copiloto reclinándolo, da un largo trago a la botella de whiskey mientras escucha aquella canción. Y justo como sucede en esos momentos de soledad y alcohol,  la nostalgia se hace presente comenzado el desfile de recuerdos, aquellos que la memoria evoca para martillar el corazón y de entre ellos las risas,  las voces y los murmullos se desatan. Cierra los ojos e imagina la muerte… el silencio.

Sólo el sonido del automóvil rompe la tranquilidad de aquella calle, la música es contenida por los cristales empañados y cubiertos de la escarcha nocturna. Comienza a sentirse mareado, quizás el alcohol acumulándose en su interior o quizás el humo que lo inunda, de a poco se sume en la oscuridad.

Es imposible medir el trascurso del tiempo en los sueños, pero siente haber dormido demasiado, como nunca antes. Entonces la luz comienza a colarse en sus pupilas, trata de seguir soñando pero le resulta inútil. Abre los ojos y la luz se torna tan intensa como mirar al sol de mediodía, instintivamente aprieta sus párpados mientras gira la cabeza llevando sus manos a la cara, pero de nada sirve pues la luz lo cubre todo, colándose por su piel, carne y huesos. Confundido intenta incorporarse, entonces se percata… Recuerda haber estado solo en aquel automóvil, recuerda embriagarse de alcohol y monóxido, dormir, pero ahora es incapaz de precisar dónde se encuentra y el hecho de estar de pie o acostado, la posición de sus manos o piernas, de sentir cualquier parte de sus cuerpo o cara. ¡No! No es una levedad, es una completa ausencia, una ausencia corpórea indescriptible, sólo hay una vaga sensación similar a una parestesia extendida y el intenso malestar por aquella luz. “¿Es esto la muerte?”, se pregunta por un instante mientras nota el completo y total silencio, un silencio que «en vida» jamás había experimentado.

Aquella noción de certeza es interrumpida por un leve murmullo, el miedo comienza a hacer presa de él, pero entonces una de esas voces le resulta familiar y tranquilizadora, tornándose clara.

─Esperaremos, no vamos a desconectarlo sin importar cuánto tiempo tome ¡él despertará!

“¿Desconectarme? ¿despertar?“, piensa. Le toma un instante descifrarlo, aquel limbo de luz no es la muerte o un sueño, está atrapado en el espacio infinito de su mente y siente miedo, justo lo que esperábamos… Entonces en aquella inmensidad a una sola voz exclamamos: ─ ¡Sí! ¡Seguimos aquí!─ y reímos.  Él grita con todas sus fuerzas presa del terror pero no hay quien escuche, en este espacio de luz sólo nuestras voces y carcajadas resuenan.

En aquella cama de hospital conectado a cables, tubos y venas de plástico, el tiempo transcurre con calma. Él parece dormir y tener el más placido de los sueños, del que quizás… pronto despertará.

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